5 Entró en Judea, se acercó a Bet Sur, plaza fuerte que dista de
Jerusalén unas cinco esjenas, y la cercó estrechamente.
6 En cuanto los hombres de Macabeo supieron que Lisias estaba
sitiando las fortalezas, comenzaron a implorar al Señor con gemidos y
lágrimas, junto con la multitud, que enviase un ángel bueno para
salvar a
Israel.
7 Macabeo en persona tomó el primero las armas y exhortó a los
demás a que juntamente con él afrontaran el peligro y auxiliaran a
sus
hermanos. Ellos se lanzaron juntos con entusiasmo.
8 Cuando estaban cerca de Jerusalén, apareció poniéndose al frente de
ellos, un jinete vestido de blanco, blandiendo armas de oro.
9 Todos a una bendijeron entonces a Dios misericordioso y y
sintieron enardecerse sus ánimos, dispuestos a atravesar no sólo a hombres,
sino aun a las fieras más salvajes murallas de hierro.
10 Avanzaban equipados, con el aliado enviado del Cielo, porque el
Señor se había compadecido de ellos.
11 Se lanzaron como leones sobre los enemigos, abatieron 11.000
infantes y 1.600 jinetes, y obligaron a huir a todos los demás.
12 La mayoría de éstos escaparon heridos y desarmados; el mismo
Lisias se salvó huyendo vergonzosamente.
13 Pero Lisias no era hombre sin juicio. Reflexionando sobre la
derrota que acababa de sufrir, y comprendiendo que los hebreos eran
invencibles porque el Dios poderoso luchaba con ellos,
14 les propuso por una embajada la reconciliación bajo toda clase de
condiciones justas; y que además obligaría al rey a hacerse amigo de ellos.
15 Macabeo asintió a todo lo que Lisias proponía, preocupado por el
interés público; pues el rey concedió cuanto Macabeo había pedido por
escrito a Lisias acerca de los judíos.